La enfermedad del duelo por la pérdida de un ser querido se encuentra envuelta en una diversidad de síntomas, tristeza, dolor, enojo, angustia, desánimo, insomnio, añoranza, aislamiento, sinsentido, falta de fe, somnolencia, ausencia, nula concentración, culpa, confusión, impotencia, vacío y quizás hasta falta de motivos para seguir viviendo; definir este duelo es limitarlo a unas cuantas palabras, cuando realmente parece ser todas las palabras posibles.
El cerebro comienza a buscar una lógica , no busca definir sino entender, encontrar una forma de asimilarlo, pero la mayoría de la veces no logra hacerlo en un primer momento y tal parece que sufriera una desconexión, hay algo que le sucede a nuestro cerebro cuando ya no cuenta con más herramientas para soportar el dolor y esto es la disociación, el cerebro se desconecta, el diccionario de psicología de Consuegra (2010) lo define: “Se relaciona con grupos de maniobras defensivas inconscientes, a través de las cuales se separan una idea, un objeto o una situación entre sí, o del afecto que le corresponde”; por otro lado, el DSM-5 (2014) lo define de la siguiente forma: “Separación de grupos de los contenidos mentales de la conciencia. La disociación es un mecanismo central para los trastornos disociativos. El término también se utiliza para describir la separación de una idea de su significado emocional y afectivo.” Este fenómeno puede ser la salvación de quienes, ante el dolor del duelo, se sienten perdidos, no encontrar una respuesta, en muchos casos mejor que encontrarla.
De acuerdo a la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross (2005), las etapas del duelo son: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación; si bien es un fenómeno que se ha estudiado y que se da comúnmente, las etapas son únicas y personales, no podemos decir que existe un manual ni una guía para vivir el dolor, de hecho, hay miles de personas viviendo un dolor que esconden, porque desde niños así los enseñaron, ¡No llores! ¡Esconde tu dolor! Cuando la realidad, es que llorar puede ser una gran válvula de escape, y en algunas ocasiones, pero como dice Maria Luisa Puga, (2004) “La sociedad no está preparada para acompañar al dolor”, muchas personas van por la vida padeciéndolo y pocas son las que acompañan en ese dolor.
Tal parece que una parte de la persona que vive el duelo, muere junto con su ser querido, aunque la vida le obliga a buscar en qué sostenerse, para no morir totalmente, pero ¿Por qué no morimos también?, ¿Tal vez hay algo que nos motiva para seguir viviendo?, un padre, una madre, un hermano, un amigo, compañeros, una mascota, o simplemente hay un miedo de morir también.
Los psicólogos acompañamos en el dolor, pero; ¿Qué tanto sabemos, entendemos o empatizamos con el dolor por la pérdida de un ser querido? El saber que ya no se volverá a ver a esa persona, causa aberración, al ya no tener la realidad a la que se estaba acostumbrada, es romper con un esquema o con una estructura ya hecha en el diario vivir, hay un quiebre y nada volverá a ser lo mismo, la negación a vivir algo diferente es inevitable, después de una pérdida ¿Cómo se aprende a vivir con una realidad diferente? Hace falta esa persona, para que esa parte del mundo sea lo que había sido hasta hoy.
¿Cómo ayudas a que la persona que está viviendo un duelo, logre continuar de la mejor forma?
Referencias
Consuegra, N. (2011). Diccionario de psicología. Ecoe Ediciones.
American Psychological Association (2014). Manual de diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5)
Kübler, E. y Kessler, D. (2005). Sobre el duelo y el dolor. Editorial Planeta, S.A.U.
Puga, M. (2004). El diario del dolor. Dirección General de publicaciones, cultura UNAM
Gabriela García Pérez
