El lenguaje es un sistema vivo de comunicación que permite a las personas compartir ideas, emociones y conocimientos. Evoluciona de manera espontánea a través del tiempo, adaptándose a las necesidades de sus hablantes. Sin embargo, este cambio ocurre de forma orgánica, desde las interacciones cotidianas de la sociedad hacia las normas académicas, y no por imposiciones externas.
En este contexto, el “lenguaje inclusivo” ha surgido como una propuesta para promover la igualdad. Aunque bienintencionado, resulta cuestionable en su implementación y efectividad. Este enfoque se presenta como una modificación artificial del idioma que no cumple con los principios fundamentales establecidos por la Real Academia Española (RAE). La RAE enfatiza que: “las academias no crean el lenguaje, las academias recogen lo que crean los hablantes y los escribientes”. Así, imponer cambios en la lengua va en contra de su evolución natural y despoja a los hablantes del poder de decidir cómo expresarse.
El lenguaje inclusivo plantea una serie de problemas prácticos. Alterar las reglas gramaticales con terminaciones como “e”, “x” o “@” genera ambigüedad y reduce la claridad, especialmente en textos formales o técnicos. Esto complica su comprensión para quienes aprenden el español como segunda lengua o dependen de tecnologías como los lectores de pantalla. En el ámbito educativo, esta falta de uniformidad puede dificultar el aprendizaje del idioma, alargar innecesariamente los discursos y afectar la fluidez de la oralidad.
Por otro lado, tenemos el ejemplo de Finlandia, donde su idioma carece de género gramatical y se ha logrado niveles altos de igualdad social. Sin embargo, no es su lengua lo que ha generado ese cambio, sino las políticas públicas y culturales que promueven la equidad. Es ingenuo pensar que modificar el lenguaje resolverá problemas estructurales como la discriminación o la violencia de género. Estas cuestiones requieren soluciones reales y efectivas, como la creación de políticas públicas inclusivas, no la imposición de un lenguaje ideológico.
Considero y creo fielmente que todas las personas tienen el derecho de identificarse como mejor lo considere. Sin embargo, también pienso que la sociedad no debería sentirse obligada a adoptar un lenguaje específico si no está alineado con sus propias creencias o costumbres. Respeto su identidad, pero considero que buscar la aceptación no debería traducirse en imponer cómo otros deben expresarse.
Acciones reales sobre la inclusión
La verdadera inclusión no radica en forzar cambios en el lenguaje, sino en garantizar que las políticas y prácticas sociales fomenten la igualdad y el respeto para todos. Cambiar nuestra forma de hablar no eliminará problemas como la discriminación o la desigualdad de género. Estos deben combatirse con acciones tangibles, no con modificaciones al idioma que generan divisiones innecesarias.
El lenguaje inclusivo, aunque bienintencionado, puede ser un obstáculo para la comunicación al desnaturalizar las estructuras lingüísticas profundamente arraigadas. Como sociedad, debemos centrarnos en lo que realmente importa: construir un mundo más equitativo a través de medidas sostenibles y acciones reales. Hablemos correctamente nuestro idioma y actuemos en consecuencia.
Autor: Arlette Fuentes Ávila
Alumna 8vo semestre de la Lic. Derecho.