El verdadero cambio en nuestro país no se ha logrado porque muchos mexicanos han perdido el orgullo de serlo. La normalización de la violencia política, la corrupción, el narcotráfico y la escasez de recursos ha generado una visión distorsionada del mundo: creemos que la justicia, la paz y el progreso solo existen fuera de nuestras fronteras. Así, idealizamos a otros países como si fueran paraísos inalcanzables, mientras que nosotros permanecemos atados a la etiqueta de “tercer mundo”.
Pero ¿por qué adoptamos esta visión del mundo? ¿Qué nos orilla a pensar así?
Para comprender este fenómeno, es necesario mirar al pasado. La división del mundo en “primer”, “segundo” y “tercer mundo” nació durante la Guerra Fría. En esa época, se clasificaron los países en tres bloques: el primero, conformado por naciones capitalistas y democráticas; el segundo, por países comunistas; y el tercero, por aquellos no alineados o considerados “en vías de desarrollo”. México fue colocado en este último grupo, y desde entonces, arrastramos ese estigma.
La diferencia histórica también es clave. Roma —considerada la cuna de muchos sistemas políticos— tiene más de 2,700 años de historia. México, en cambio, apenas cuenta con poco más de 200 años de independencia. Esta diferencia de madurez institucional y política no puede ignorarse.
Hoy, uno de los mayores conflictos que enfrentamos es la lucha interna: peleamos entre nosotros. Vivimos distintas guerras al mismo tiempo: la guerra contra el narcotráfico, la corrupción, la pobreza, la desigualdad. Pero si analizamos el fondo de estos problemas, encontramos un factor común: la mentalidad. El mexicano ha dejado de sentirse parte de su país. Busca justicia fuera de las instituciones nacionales y, cuando la exige dentro, muchas veces termina siendo el más afectado.
Esta mentalidad se transmite de generación en generación. Muchas veces, los adultos enseñan a los jóvenes a ver a México como un país lleno de carencias. Se aprende a desconfiar, a criticar sin proponer, a señalar sin construir.
Porque este país, nuestro México, tiene cultura, paisajes hermosos e incluso una de las constituciones más completas del mundo. El problema no es la falta de leyes, sino que no sabemos hacer uso de ellas; no se aplican como deberían para que el país funcione. Nos falta implementar sistemas educativos que realmente enseñen a los alumnos a ejercer sus derechos, a romper con la corrupción y a no convertirse en protagonistas de la infinidad de historias que la alimentan.
Si se reformara a fondo nuestro sistema político —con cambios profundos en el poder ejecutivo, legislativo y judicial— podríamos avanzar como país y como sociedad. Pero, para que este cambio suceda, como ya mencioné, todo empieza desde adentro: desde la forma de pensar. Y ahí está uno de los mayores retos, porque buena parte de la población ha aprendido —muchas veces a la mala— a vivir con doble moral.
Desde mi punto de vista, el punto de partida para un verdadero cambio es la educación. Solo a través del conocimiento, el pensamiento crítico y la reconstrucción de nuestra identidad nacional podremos romper con los patrones que nos han frenado. Las nuevas generaciones deben entender que el cambio no es una utopía: empieza con la conciencia de cada uno, pero se construye en comunidad.
Autora: Jennifer Anai García Rangel, alumna de tercer cuatrimestre.
Universidad Cuauhtémoc Aguascalientes te ofrece una formación integral, vanguardista y comprometida con la excelencia, únete a la próxima generación de abogados capaces de transformar, teniendo como herramienta la destreza en la oralidad y el don del servicio a los demás.
💡 Conoce nuestro plan de estudios.
📚 Modalidad Escolarizada y Empresarial
📌 Clases presenciales | ¡Inscripciones abiertas!
Tu futuro inicia hoy.