De acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico 5, DSM-5 por sus siglas en inglés, los Trastornos de la Conducta Alimentaria y de la Ingesta, se caracterizan por una alteración persistente tanto en la alimentación como en el comportamiento relacionado con la misma, la cual lleva a una alteración en el consumo y la absorción de los alimentos, causando un deterioro significativo de la salud física y del funcionamiento psicosocial.
En la actualidad, se tienen identificados varios trastornos relacionados con la conducta alimentaria, tales como el de rumiación, evitación/restricción de la ingesta de alimentos, anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y atracones, siendo los últimos tres de los que se tiene más información.
A continuación, se describen las principales características, así como las complicaciones que conlleva tener alguna de estas enfermedades.
En éste, las personas regurgitan, de forma repetitiva e involuntaria, los alimentos ingeridos, sin que se pueda atribuir a una afección gastrointestinal, o a algún otro problema médico. Al finalizar, los alimentos pueden volver a tragarse o desecharse.
Una vez que ingieren, los alimentos son regurgitados sin tener náuseas, arcadas ni desagrado; esto ocurre en periodos constantes de al menos un mes, sin tener explicación médica.
Puede aparecer desde la infancia, ocasionando malnutrición, a pesar de otorgar una alimentación adecuada. También se puede observar en niños mayores y adultos, siendo mayor el impacto negativo, ya que en ocasiones estará acompañado de restricción alimenticia.
Frecuentemente se presenta desnutrición, impactando negativamente en el aprendizaje, desarrollo y crecimiento de la persona.
En ocasiones hay pérdida de peso, problemas gastroesofágicos por el flujo de ácido estomacal, así como deterioro estructural de dientes y un mal aliento ocasionado por el deterioro bucal.
Con este trastorno, la persona experimenta una falta de interés por la alimentación, inclusive sintiendo una repulsión por comer, lo que lleva a evitar el consumo de alimentos, ingiriendo menos de la energía necesaria para un desarrollo óptimo.
Principalmente está la evitación o restricción de la ingesta de alimentos, la cual puede ser causada por alguna característica organoléptica de los alimentos (color, olor, textura); en ocasiones se debe a una respuesta basada en una experiencia del pasado (atragantamiento, intoxicación). De igual manera, podría tener un impacto en esta decisión la información que se tiene con respecto a ciertas marcas o productos.
Como consecuencia de lo anterior, existe una pérdida de peso significativa, problemas en el crecimiento y desarrollo, desnutrición y dependencia de suplementos nutricionales; dichas consecuencias pueden llegar a representar una amenaza para la vida.
Este trastorno no se relaciona con la restricción de ingesta por falta de disponibilidad o prácticas socioculturales.
Al tener una ingesta deficiente de alimentos, se podría observar malnutrición, ocasionando problemas en el desarrollo y crecimiento.
El resto de las consecuencias físicas dependen del alimento que se restrinja.
Tiene como base una ingesta disminuida de calorías con respecto a su gasto energético total, lo que se relaciona con un peso corporal disminuido, según sus características individuales. Es ocasionada por un miedo excesivo a tener un peso elevado, pudiendo acompañarse por una alteración en la percepción de la imagen corporal.
Hay distintos tipos, los más analizados son:
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la clasificación de la severidad de esta enfermedad se basa en el índice de masa corporal (IMC):
Leve: IMC 17 kg/m2
Moderado: IMC 16-16,99 kg/m2
Grave: IMC 15-15,99 kg/m2
Extremo: IMC < 15 kg/m2
Existen tres características básicas: el miedo constante a la ganancia de peso (el cual por lo general no se alivia con la pérdida de peso), la restricción en la ingesta energética y la alteración de la imagen corporal. El peso suele estar por debajo de los indicadores normales según su sexo, edad y estatura.
La más evidente es la emaciación, así como boca seca, piel amarillenta, reseca y cubierta por lanugo, hipotensión y bradicardia.
En las mujeres, uno de los principales indicadores de un problema fisiológico es la amenorrea, a consecuencia de la pérdida de peso. Incluso, en muchas adolescentes, la menarquia se llega a retrasar.
De igual manera, es común que encontremos una baja densidad ósea, inclusive osteopenia u osteoporosis, lo que nos puede traer como consecuencia un riesgo constante de fracturas.
Son frecuentes los problemas de estreñimiento, dolor abdominal, intolerancia al frío, sueño, debilidad y exceso de energía física.
Aquí tenemos episodios recurrentes de atracones, de al menos una vez por semana, en los que la persona suele referir falta de control sobre lo que ingiere durante el evento. Los atracones van seguidos por comportamientos compensatorios con los que se busca evitar el incremento de peso; entre los más frecuentes están el vómito autoinfligido, uso desmedido de laxantes, diuréticos y otros medicamentos, así como el ayuno y el ejercicio excesivo.
Lo más característico son los episodios recurrentes de atracones, comportamientos compensatorios inapropiados para evitar el aumento de peso y la autoevaluación, influida indebidamente por el peso y la constitución corporal. Es más común en mujeres que en hombres.
A primera vista, la exploración física no suele revelar algún problema. Pero en una inspección más detallada, podemos encontrar daño en el esmalte dental, debido a los vómitos recurrentes, así como apariencia irregular de los dientes y abundantes caries. Las glándulas salivales pueden llegar a ser más visibles. Cuando el vómito es provocado mediante las manos, puede ocasionar callos o cicatrices en su dorso, por el contacto repetido con los dientes. También se presentan problemas por el contacto constante del reflujo gastroesofágico, especialmente quemaduras en el esófago inferior. La amenorrea es frecuente.
Como su nombre lo indica, hace referencia a una serie de episodios de atracones, en los que se suele comer más rápido de lo normal, hasta tener una sensación superior a la saciedad, así como comer grandes cantidades, aunque no se sienta hambre físicamente. Esto puede llevar a buscar el aislamiento, debido a no querer incomodar a otras personas con sus actitudes. Estos episodios ocurren al menos una vez por semana.
La gravedad de este trastorno puede clasificarse según la recurrencia del acto:
Leve: 1-3 atracones a la semana
Moderado: 4-7 atracones a la semana
Grave: 8-13 atracones a la semana
Extremo: 14 o más atracones a la semana.
Este trastorno suele producirse en personas de peso normal, sobrepeso, incluso en personas con obesidad, teniendo episodios recurrentes de atracones, los cuales ocurren al menos una vez a la semana durante tres meses.
Al momento de consumir los alimentos, debe existir una sensación de falta de control para que éste pueda ser considerado un episodio del trastorno.
Suele asociarse a un aumento del riesgo de ganar peso y de desarrollar obesidad, así como afecciones cardíacas, síndrome metabólico, problemas del sueño, entre otros.
Parte de nuestro trabajo como nutriólogos es evaluar los hábitos alimentarios de las personas que se acercan a nosotros para una asesoría, de tal manera que podamos intervenir en aquellos patrones alimenticios que puedan tener un impacto negativo a la salud.
Para este caso, es importante resaltar que los trastornos alimenticios, más que hábitos negativos voluntarios, son enfermedades mentales, por lo cual, una vez que se identifica, es necesario el acompañamiento de un especialista en la salud mental, generando un equipo interdisciplinario.
Debemos resaltar la importancia de conocer los signos y síntomas de cada uno de los trastornos de la conducta alimentaria ya que, como vimos, pueden variar mucho entre ellos. También debemos desarrollar la capacidad para identificar sí la persona a la que estamos atendiendo, tiene uno o varios de estos trastornos.
El rol que nos corresponde como nutriólogos será generar un diagnóstico nutricional y desarrollar una estrategia en búsqueda de restablecer la salud física del paciente, reeducando nutricionalmente a la persona, de tal manera que podamos revertir los prejuicios y estigmas que la llevaron a tener este trastorno y dando un seguimiento pertinente hasta llegar al objetivo.
Ana Isabel Morales González
Alumna de la Licenciatura en Nutrición
Universidad Cuauhtémoc